Presentación del blog

¡Saludos a tod@s!

Como su mismo nombre indica, este blog está destinado a recoger, paso a paso, todas mis salida, excursiones, rutas y viajes. Siempre a pié. Pequeñas escapadas, visitas a pueblos, rutas cortas, largos recorridos... Pero siempre a pie.

Mi idea es dar a conocer y compartir con todos mis lectores esos maravillosos rincones que muchos desconocemos y pasamos por alto, cuando están ahí, muy cerca de nosotros. O no tan cerca...


domingo, 2 de junio de 2013

VIAJE A PERÚ - Sobrevuelo de las Pistas de Nazca


Esta es la situación de los dibujos que se suelen mostrar a los turistas. Pero lo cierto
es que hay más. Muchísimos más, cubriendo una extensión de más de 350km
de desoladas pampas.

Sobrevolar las Pistas de Nazca.
Este había sido el sueño de toda mi vida. Y de pronto, ahora iba a convertirse en realidad.
Pero, no estuvo exento de problemas y dificultades. Por poco, y a no ser por el tesón y el empeño que siete personas pusimos en ello, nos quedamos sin poder realizar este vuelo.
Todo forma parte del viaje a Perú que hice en el año 2008, y el sobrevuelo de las Líneas de Nazca lo habíamos contratado aquí, en España, para asegurarnos tener plaza y poder realizarlo sin contratiempos.
Pero... A veces las cosas no salen como una quisiera.
Aquel día amaneció muy nublado. Cosa bastante frecuente por la zona costera de Perú, y por la época del año, en octubre. Esta es una buena época para visitar el país, puesto que es la estación seca, pero en la zona costera, casi todas las mañanas hace acto de presencia la garúa, que es una formación brumosa o nubosa típica de Perú y que es debida, en su mayor parte, a la inversión térmica.
Cuando vinieron los guías a recogernos al hotel, nos comunicaron que era muy probable que no pudiéramos volar. Mi decepción fue muy grande, era lo que más deseaba hacer, y por culpa de las nubes tendría que marcharme sin realizar este vuelo.
Pero aun no estaba todo perdido. Nos aseguraron que había la posibilidad de que levantara a media mañana y que pudiéramos seguir con el programa.
Mucho más esperanzados, decidimos aceptar una excursión por el desierto de Nazca y visitar el Cementerio Arqueológico de Chauchilla.
Todo esto ya lo comentaré en próximas entradas.
De regreso a la ciudad de Nazca, algunos tímidos rayos de sol empezaban a atravesar las nubes.
Buena señal. Parecía que estaba aclarando.
Y ya al llegar a la ciudad, el ruido de los motores de las avionetas me hizo mirar al cielo y ver que ya se podía volar.
Nos trasladamos al aeródromo.
Este es bel pequeño aeródromo de Nazca.
Por dentro tampoco es que sea gran cosa...

Pero los problemas no habían hecho más que empezar.
Ahora eran los responsables del aeropuerto quienes nos decían que no podríamos volar. ¿Motivo? Un gran retraso debido a la niebla.
¡Pero ahora las avionetas ya volaban! Y esto ya lo teníamos reservado y pagado en España desde hacía mucho tiempo.
Nadie, de los responsables del aeropuerto o de la agencia de viajes, quiso entrar en razón. Hasta que siete personas, entre ellas yo, nos negamos a abandonar el aeropuerto hasta no haber volado.
La unión hace la fuerza. Y por fin lo conseguimos. A las cuatro de la tarde nos confirmaron nuestro vuelo.
Para pasar el rato y matar el aburrimiento, nos entretuvimos curioseando por todos los rincones del pequeño aeródromo.
Esta es un de las avionetas.

Había una tienda de recuerdos, donde te vendían de todo y una cantina, donde no tenían de nada. Y pasé mucho rato mirando como se elevaban y aterrizaban aquellas pequeñas avionetas. Pero con lo que más disfruté fue con las largas charlas que mantuve con la gente, los empleados y los pilotos.

Y por fin llegó el gran momento.
Momentáneamente se me hizo un nudo en el estómago. Con los nervios y la emoción no había reparado en un “pequeño detalle”. Me aterran las alturas, y mucho más si van acompañadas de movimientos bruscos arriba y abajo o inclinaciones y giros violentos hacia todos los lados, caso de una avioneta pilotada con la idea de permitir ver el suelo a sus viajeros. Por unos segundos me imaginé la posición en que debía volar para que desde su interior se pudieran ver unos dibujos que están muchos metros más abajo, en el suelo. Un estremecimiento me recorrió la espalda de arriba abajo. ¡Yo, que no soy capaz de subirme a una simple montaña rusa, me iba a montar en una avioneta que parecía un pajarito e iba a volar haciendo piruetas por el aire!!!...
Pero no tuve demasiado tiempo para pensar en ello. Realmente tampoco quise pensar en ello. Enseguida nos hicieron pasar por los controles de la policía y nos acompañaron a la avioneta.
¡Y menuda avioneta! Sólo cuatro plazas, contando al piloto. Como digo, aquello parecía un pajarito. Y por el aspecto de su interior y de sus mandos y paneles, me dio la sensación de estar frente a un aparato de la Segunda Guerra Mundial un poco remodelado y pintado.
Menudo pajarito...

 Pero mi mente se cerró en banda ante los posibles riesgos y ante todos mis temores. No vacilé ni un solo segundo y decidida a pasar unos momentos inolvidables me propuse disfrutar hasta el más mínimo detalle de la experiencia. .
El piloto nos dio una serie de instrucciones para poder apreciar mejor los dibujos que siempre le agradeceré. Nos ofreció unos auriculares, con los que podríamos escuchar sus explicaciones y nos dijo:
“-Cuando estemos arriba y yo les indique, deben fijarse en la zona del suelo que queda justo debajo de la punta del ala en ángulo de noventa grados. Inclinaré el avión para que todos tengan una perfecta visión del suelo…-”
Gracias a esta aclaración, pudimos apreciar todos los detalles de aquellas misteriosas líneas. Y gracias también a la habilidad del piloto, que en todo momento situó el aparato en una posición perfecta.
Cuando llegamos a la pista y a medida que nos acercábamos al avión volví a sentir un estremecimiento.
¿Seguro que “aquello” podía volar? Por fuera se veía como nueva, pero por dentro... Ni os lo cuento. Aquel avioncito debía de ser bastante antiguo, porque no conocía lo que son los paneles digitales.
Nada de marcadores digitales. Todo manual...

Todo eran palancas y botones. Todo era de manejo manual. No entiendo mucho de aviones pero, me dio toda la impresión de que iba a subirme a un aparato muy antiguo. Como dije antes, de la Segunda Guerra Mundial, solo que un poco mejor decorado…
Todo fue muy rápido. Arrancó el motor y rodó hasta colocar el aparato en un extremo de la pista. Esperó unos momentos y enseguida se oyó por los auriculares: “Puede despegar”
Aquello empezó a coger velocidad hasta que... ¡Hop!, Estábamos en el aire. El corazón casi se me sale por la boca. El morro de la avioneta se levantó bruscamente hacia el cielo al tiempo que el piloto hacía girar el aparato para situarlo en la dirección correcta y el paisaje comenzó a danzar a nuestro alrededor hasta quedar muchos metros por debajo de nosotros. La sensación de abandonar el suelo con una avioneta tan pequeña es indescriptible. De pronto te ves suspendida en el aire y lo primero que te viene a la cabeza es la fragilidad de tu situación en aquellos momentos. Piensas que, si por algún motivo se detuviera la única hélice que nos mantenía en el aire... No quiero ni imaginarlo. Sólo se me ocurrió rezar para que no sucediera.
Pero esta angustia es momentánea. Una descarga de adrenalina se dispara en tu corazón y cuando la avioneta alcanza la altitud deseada y tras unos cuantos giros a derecha y a izquierda se estabiliza, esta angustia se convierte en asombro. A las personas que como yo, no habíamos volado nunca en un aparato tan pequeño, nos faltan ojos para acaparar tanta belleza. La sensación de poder ver con tanto detalle el suelo a vista de pájaro es impresionante.
Fuimos ganando altura hasta alcanzar los 300/400 metros de altitud. No muy lejos de donde estaba el aeródromo, el piloto nos dijo que estábamos llegando a la primera figura. El avión dio un brusco giro, primero a la derecha y luego a la izquierda, con una inclinación tan fuerte que teníamos que sujetarnos bien fuerte para no rodar de un lado a otro del aparato. Primero me desorienté un poco. Me costaba bastante mantener un poco tranquilo a mi sentido del equilibrio y por unos segundos todo empezó a dar vueltas a mi alrededor. Pero en seguida aprendí como no marearme. Adopté la táctica de no mirar abajo durante esos breves segundos en que la avioneta realizaba aquellos bruscos giros con sus cambios de inclinación. Y realmente funcionó. Conseguí no marearme y disfrutar así de la más fantástica experiencia de mi vida.
Habíamos llegado a la primera figura.
Desde la ladera de una pequeña colina, ese astronauta parecía saludarnos.

El “astronauta”, lo llamaba el piloto. Era una gran figura trazada en una colina rocosa y que, con una mano alzada, parecía saludarnos. Era asombroso. Era claramente la figura de un ser humano. Dijo que la llamaban así por la forma de la cabeza, que era redonda y muy grande, con un par de ojos redondos de mirada inexpresiva.
Este es el mono

No me costó en absoluto distinguir aquella figura. Al igual que todas las demás que fuimos viendo y que el piloto nos fue indicando, el mono, la ballena, el cóndor, la araña, el colibrí, las manos, el perro... se podían distinguir claramente en el suelo de aquella pampa.
La araña.

A parte de aquellos dibujos claramente identificables, había muchos más que eran formas geométricas, cuadrados rectángulos, triángulos... Y también había muchos más que no se podían catalogar. De pronto aparecían unas manos, o una espiral, o algo que no podíamos interpretar.
Pero lo que realmente llamaba la atención, las reinas de la pista, eran las líneas.
Largas líneas que se pierden más allá del horizonte, pero todas con una cosa
en común: la perfección de su trazado

Ya antes había visto fotografías y me habían hablado del caos de líneas que hay en aquella superficie, pero aquello desborda todo lo imaginable. Realmente hay que verlo para creerlo. La perspectiva de las fotografías es muy limitada. Solo se puede apreciar una pequeña parte en cada una. En cambio desde allá arriba, desde una altura considerable, la amplitud de la visión me ofrecía un enfoque mucho más completo.
Había cientos, tal vez miles de líneas por todas partes. Eran líneas completamente rectas, que no seguían ningún orden aparente y que se mezclaban, cruzaban y cortaban caóticamente. Las había de cortas, algunas más largas, e incluso las había tan largas que se perdían en el horizonte y no podía apreciarse hasta donde llegaban. También se podía observar claramente que su grosor variaba sensiblemente de unas a otras. Unas eran finas, eso según la apreciación aérea, puesto que en el suelo tendrían unos 20-30 centímetros de ancho, otras eran bastante más anchas, unos 40-50 centímetros, y también las había que no se sabía si catalogarlas como líneas o como auténticas pistas, ya que su anchura podía alcanzar desde un metro y ensancharse hasta los 5 ó 6 metros. Todo ello sin perder su perfecta simetría.
En el perro podemos apreciar la perfecta simetría en los surcos que
forman sus largas patas.

Pero todas esas líneas, tanto las más largas, que se perdían en el horizonte, como las más cortas, así como en sus distintos grosores, tenían un detalle en común. Tal vez era ese el detalle que las hacía tan enigmáticas: su perfecta rectitud y su anchura, que se mantenían a la perfección en toda su longitud., todas eran perfectamente rectas. Lo cierto era que aquello era un auténtico galimatías. ¿Qué sentido podían tener todas aquellas líneas, que como me habían indicado, no nacían en ningún sitio ni iban a ninguna parte? Y lo más asombroso de todo, ¿Cómo se las habían compuesto para mantener en todo momento aquella rectitud a lo largo incluso de centenares de metros?
Todos estábamos realmente maravillados, al tiempo que, inconscientemente, intentábamos hallar una mínima lógica a todo aquel sinsentido.
Así se vería uno de los dibujos, desde lo alto
de una colina cercan...
Y así se ven a ras del suelo.

María Reiche las estudió muy profundamente e intentó descifrar su secreto. Pero no lo consiguió. Jamás nadie ha hallado una explicación convincente para aquel meollo de líneas que se cruzan las unas con las otras y que no indican nada ni señalan ninguna cosa.
Sinceramente, no creo que ni yo ni nadie pudiera realizar semejante trabajo sin un propósito específico. Es de suponer que, en su momento, aquellos más de 350 kilómetros de pampas desoladas, cubiertos de trazos y dibujos por todas partes, cumplieran alguna misión muy concreta. Aunque, como ya he dicho antes, ni el motivo, ni cómo pudieron ser trazadas desde el suelo, hasta la fecha no ha sido descubierto.
Pero no acabaron aquí mis sorpresas. La mayor de ellas habría de llegar al final del recorrido.
Cuando ya casi habíamos visto todos los dibujos que estaban programados, el piloto nos dijo que, ya que a pesar de todos los problemas habíamos tenido tan claro lo que queríamos y habíamos mantenido con tanta firmeza nuestra determinación, nos iba a hacer un regalo.
Dejamos atrás la plana superficie de la pampa que habíamos sobrevolado hasta entonces y dirigió la avioneta hacia un pequeño altiplano de escasa altitud que había no muy lejos de allí.
Nos indicó que miráramos al frente y que no perdiéramos el suelo de vista. Con gran habilidad realizó un picado descendente y... Se me cortó el aliento cuando vi lo que tenía ante mis ojos.
“Solo para vosotros...” Nos sonrió el piloto cuando vio nuestros rostros descompuestos por aquella sorprendente visión. Aquello sí que era una locura. ¿Qué se supone que era aquello? Se lo pregunté al piloto y lo único que conseguí fue que se alzara de hombros.
La maniobra que había realizado el piloto había sido muy hábil. Con aquel picado descendente, lo que nos había mostrado era lo más parecido que he visto en mi vida a... ¡Una pista de aterrizaje!
No podía creer lo que veían mis ojos...

Era perfectamente plana y larga, muy larga. Y su anchura variaba sensiblemente de un extremo al otro.
En la visión que nos mostró el piloto se podía apreciar claramente que, en el extremo en que se iba a aterrizar, era mucho más ancha que en el otro.
-“Eso es bastante frecuente en lugares done a la hora de aterrizar te puedes encontrar con corrientes de aire que puedan desviar el aparato – nos aclaró el piloto – Luego, una vez has tomado tierra, la anchura que tiene esta pista es perfecta para rodar el tiempo que necesites hasta detener el aparato…”
Por unos momentos, de no ser porque enseguida rectificó el rumbo y volvió a ganar altura, hubiera jurado que la intención de nuestro piloto era aterrizar allí mismo.
No me lo podía creer. El corazón galopaba alocadamente en mi pecho y sentí como se alteraban todos mis sentidos. No me podía creer que aquello fuera realmente una pista de aterrizaje. Era imposible. Aquello había sido trazado hacía casi dos mil años(al menos esa es la antigüedad que se les da a esas misteriosas líneas), y es de suponer que en aquella época no había aviones ni nada que pudiera necesitar una pista de aquellas características... Por unos momentos me pregunté qué estaba pasando. Sentí como algo en mi interior comenzaba a resquebrajarse.
Traté de imaginar otras funciones para aquella pista. Le di mil vueltas en la cabeza y empecé a tratar de imaginar para qué se podría haber utilizado aquella pista.
¿Para celebrar rituales o fiestas? No tenía ni por asomo las dimensiones adecuadas. Para rituales o fiestas debería ser una superficie más cuadrada, no tan larga y tan estrecha.
¿Podría ser alguna especie de camino o pista para ir a…? ¿A dónde? Aquella especie de altiplano, aunque no demasiado alto, está flanqueado por abruptos barrancos que limitan los dos extremos de la pista.
Nada tenía sentido.
Mas pistas y dibujos inexplicables.

¿Podrías aterrizar ahí? ¿Serviría como pista de aterrizaje? Pregunté de nuevo al piloto.
Pues claro que podría hacerlo. Su estado es perfecto. Y os puedo asegurar que incluso con más seguridad y tranquilidad que en muchas de las pistas de los aeropuertos actuales. Impresionante, ¿verdad?
Impresionante... Yo mejor lo definiría como una delirante locura. Si tenía que considerar aquello como una pista de aterrizaje, tenía que considerar que fue hecha por algún motivo. Y el único motivo que se me ocurre para construir una cosa así, es para ser utilizada para tal fin... Como digo, aquello me parecía una auténtica locura.
Claro que, para rematar la jugada, aquel piloto se guardaba un as en la manga. Ya nos había mostrado aquella especie de... pista de aterrizaje, que a todos nos heló la sangre en las venas. Ahora faltaba la guinda del pastel.
Nos apartamos un poco más de la ruta que seguían las avionetas en el vuelo turístico y volamos un rato hacia otra zona no muy distante.
Esto lo hago por vosotros – continuó explicando el piloto – Creo que os merecéis un premio por lo que ha pasado antes.
¿Otro premio? ¿Qué nos tendría reservado ahora aquel hombre?
Permanecimos en silencio absoluto durante el corto trayecto. El corazón seguía latiendo con fuerza. ¿A qué se estaría refiriendo ahora?
Sobrevolamos una zona de pequeñas colinas y llegamos a otra pampa y de nuevo maniobró la avioneta para que pudiéramos ver bien el suelo.
El último dibujo- nos informó – es un colibrí. Fijaros bien en él.

Me escamó que nos recalcara que nos fijáramos bien en aquel dibujo y de nuevo me pregunté qué nueva sorpresa nos aguardaba.
Ahí está. Observadlo con detenimiento...
Efectivamente, era otro pájaro, muy parecido al colibrí que ya habíamos visto antes. No costaba mucho de distinguir que se trataba de un enorme pájaro con las alas extendidas, tal vez un poco más grande que el otro, y que, por su largo pico, había de ser un colibrí. Lo observamos atentamente, primero por el lado derecho y luego por el izquierdo.
El piloto se percató en seguida que no nos habíamos fijado bien en lo que él quería y nos dijo que daría otra pasada, pero que debíamos centrar nuestra atención en el cuerpo del pájaro. Concretamente en un pequeño dibujo que había en su interior.
Un par de giros más y centramos nuestra atención en el punto que nos había indicado el piloto.
Creo que todos palidecimos. A mí casi se me para el corazón ante aquella sorprendente visión. No podía dar crédito a lo que veían mis ojos. Miré al piloto sin poder articular palabra y él me sonrió complacido. Comprendió que ahora sí lo habíamos visto y me guiñó un ojo.
Si lo que nos había mostrado antes no tenía ninguna lógica, esto lo superaba con creces.
El dibujo era muy similar a los que ya habíamos visto en la otra pampa, pero al fijarnos mejor, pudimos advertir claramente que, el pequeño dibujo que había en el interior del cuerpo de aquel pájaro, se correspondía perfectamente con... ¡un pequeño avión!
Sorprendente, pero cierto.

El piloto nos miró, nos sonrió y nos dijo:
Así es. Este es tal vez uno de los mayores misterios. No está incluido en la ruta normal que hacemos para todos los turistas porque se encuentra un poco más alejado. De hecho, no es el único dibujo que no mostramos al público en general… Solamente los enseñamos en casos excepcionales y yo os lo he mostrado a vosotros porque veo que manifestáis un interés muy especial por estas líneas. Otros hubieran desistido de volar y, aunque a regañadientes, hubieran seguido su programa sin más. Espero que mi regalo os haya complacido.
Cuando inicié este viaje tenía muy claro cuál era mi objetivo: ver por mí misma aquello que otros habían estudiado y valorado, ampliar mis conocimientos, empaparme lo más directamente posible de estas ancestrales historias y conocimientos que, si no hacemos nada por impedirlo, se acabarán perdiendo para siempre, borrados por esta marcada cabezonería por mantener unas conjeturas que está visto habría que revisar de arriba abajo.
Y debo aclarar que mi objetivo quedó cumplido con creces. No así mis ansias por encontrar un sentido a ciertos enigmas que, lejos de satisfacerse, aumentaron más y más, hasta desbordar mi mente y mi imaginación.
Mientras volvíamos al aeródromo, me di cuenta de que, muy a pesar mío, jamás cumpliría mis objetivos de hallar explicaciones a determinados enigmas. Muy por el contrario. A cada pregunta que conseguía responder, se abrían otras muchas ante mí.
Cuando aterrizamos, no pude más que darle las gracias efusivamente a aquel piloto. Toda mi vida le estaré agradecida por salirse de su ruta estipulada y permitirme ver algo que superaba todas mis expectativas. Mientras me despedía, el piloto, señalando con su mano en dirección a las pampas que habíamos sobrevolado, me dijo una frase que me acompañaría en todas mis investigaciones:
“Es una hazaña que desafía la razón...”-
¡Y bien cierto que desafiaba la razón!

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